Uno de los pasajes más increíbles de la primitiva historia del sinte fue el del abogado e inventor Thaddeus Cahill y su inmenso Telharmonium, el instrumento musical más grande, y probablemente más caro, que jamás haya pisado la tierra…
En muchos sentidos, Thaddeus Cahill fue un visionario; no sólo construyó el primer sintetizador de la historia, sino que además intentó afrontar simultáneamente los problemas de conseguir que se escuchara por todo un continente en una época bastante anterior a las grabaciones masivas o a los medios de radiodifusión.
Para su desgracia, Cahill también era un obsesivo con más dinero que sentido común y con una visión de la tecnología firmemente arraigada en su tiempo, mientras el resto del mundo avanzaba.
Telharmonium, la «ballena azul» musical
Comenzó a trabajar en el primer prototipo de los tres Telharmonium en 1895 para captar inversores. Pesaba unas seis toneladas, aunque eso no era nada comparado con los modelos de producción que le siguieron cuando Cahill encontró a sus mecenas.
Acabado en 1906 y con un aspecto más parecido al de una centralita telefónica que al de un instrumento, el Telharmonium de tamaño completo era bestial, ocupaba dos pisos de su casa (Telharmonium Hall de Nueva York) y pesaba unas 200 toneladas, tanto como una ballena azul. Pero todavía era más impresionante su precio: 200.000 dólares (de los de 1906), una cifra que sigue siendo una barbaridad para gastarse en un sinte.
Inicialmente, Telharmonium recibió una cálida acogida y por un corto periodo de tiempo fue aclamado como una maravilla tecnológica (calificado incluso como el futuro de la música), fue reconocido por Mark Twain y tocado para el mismísimo Presidente americano de entonces, Theodore Roosevelt.
El seno de los tiempos
Como los órganos Hammond posteriores, Telharmonium generaba una onda senoidal básica a la frecuencia fundamental de una nota, que podía apilarse con otras ondas senoidales de los armónicos superiores. Aunque el sistema era sencillo, supone la esencia de toda la síntesis aditiva de hoy. Cada onda senoidal era producida por un enorme mecanismo dentado que ayudaba a aumentar el vasto volumen del instrumento.
Tocar un Telharmonium era casi un acto heroico, pues requería un intérprete que tuviera la habilidad de pensar en cuartos de tono y al que, idealmente, le sobraran un par de brazos. El teclado sensible al toque (otra primicia mundial) tenía tres secciones independientes, y utilizaba 36 notas por octava.
Después de generar la música había que difundirla para el público (que, por cierto, había pagado mucho dinero). Thaddeus pensó que si la máquina era suficientemente grande y potente podría transmitir sus señales con bastante amplitud para que llegaran a los oyentes de toda la red telefónica de Nueva York, y luego mandarlas por todo el continente, de una compañía telefónica a otra.
Con la corazonada de que el teléfono no era un medio ideal para la apreciación musical, también planearon reproducir la música mediante unos simples altavoces en tiendas, salas de conciertos y otro lugares públicos.
Cuanto más grande sea…
Por desgracia, a más de uno no le salieron las cuentas y, además, Telharmonium acabó siendo tan potente que podía oírse por encima de cada conversación telefónica de Nueva York. Para empeorar las cosas, cuando se pasó la novedad, el número de oyentes se fue reduciendo mucho y hasta sus mecenas menguaron rápidamente (¿serían aquellos los primeros locos por el sinte?).
Hacia 1908, Telharmonium estaba acabado -la falta de público y los problemas técnicos de la transmisión telefónica fueron sus dos principales escollos. Pero como tantos de nosotros, Thaddeus Cahill no tenía ningún sentido común en lo que a sintes se refiere. De hecho, tuvo que ser un hombre bastante terco, porque en 1911 y gracias a nuevos inversores, Telharmonium regresó, más grande, mejor, más caro e incluso menos popular que la última vez.
En 1918, el tercer y último Telharmonium pasó a mejor vida y, aunque guardaron el prototipo original hasta los años 50, hoy no queda ni rastro de los tres modelos, excepto en fotografías. Para hacer honor a su miope visión comercial, Cahill no realizó ni una sola grabación de Telharmonium durante toda su vida, por lo que su sonido se perdió para siempre.
Mientras tanto, la evolución era imparable
Por muy fascinante que fuera, Telharmonium fue solamente una atracción secundaria por aquella época, en la que casi todas las invenciones se basaban en la válvula de triodo (también conocida como Audion Tube), inventada en 1907 por otro norteamericano, Lee DeForest. Este simple componente siguió siendo fundamental en la electrónica hasta los años 60, y posibilitó enormes avances en los campos de la amplificación y la tecnología de radio, entre otros.
La válvula de triodo también fue esencial para la invención del micrófono en 1916 por E C Wente. Los principios básicos de un micrófono ya se conocían desde hace tiempo (y se utilizaron en terminales telefónicos), aunque todavía era inútil para propósitos de grabación sin un método para amplificar las diminutas señales que producía. La incorporación de un amplificador en los arcaicos micrófonos de condensador permitió grabar por primera vez material con un nivel mucho menor, y con un sonido más preciso y detallado que las grabaciones realizadas acústicamente.